La Puerta de Oro se viste de colores
“Quien lo vive es quien lo goza”, repiten los barranquilleros año tras año durante la celebración. Esta sencilla frase encierra una alegre verdad: que solo es posible entender la experiencia del Carnaval al sumergirse en esta pujante ciudad caribe y vivir su fiesta de cumbia, máscaras, carrozas y colores.
El Carnaval de Barranquilla
Siempre se experimenta como si fuera la primera vez: los locales se convierten anualmente en turistas durante esos días en los que todo lo tradicional se vuelve sorprendente ante los ojos de propios y extraños. Toda una experiencia para los sentidos: una descarga de color sobre las pieles que desbordan las calles repletas; una arremetida de cumbia que entra por los oídos y recorre el cuerpo hasta estremecer los pies; un olor a sudor, mar y río que asciende desde el Magdalena, bordeando toda una ciudad pujante, abierta al mundo e intensamente festiva.
Los disfraces típicos y las máscaras tradicionales son un elemento central en este carnaval que se realiza en el mes de febrero, justo antes del Miércoles de Ceniza, desde hace más de cien años, en la principal ciudad de la costa Caribe colombiana. El disfraz juega con esa capacidad de disolver la identidad para hacernos iguales unos a otros, al tiempo que nos transforma en un ser distinto, alejado de la cotidianidad e inmerso en una suerte de trance musical.
Cientos de disfraces típicos (como la burlesca marimonda, el intimidante garabato y las coloridos congos), coreografías, cumbiambas, comparsas y enormes carrozas adornadas con estrambótica fantasía recorren incansablemente varios kilómetros de sol ardiente. El Carnaval de Barranquilla es a la vez múltiples carnavales y recorre múltiples y variadas Barranquillas en desfiles como el Carnaval de la 44, la Batalla de Flores en el Cumbiódromo de la vía 40, el Desfile del Rey Momo en la calle 17, la Gran Parada de Tradición y Folclor, y la Gran Parada de Comparsas. El visitante no se queda quieto, interactúa con los danzantes y bufones, baila y bromea con ellos y los demás espectadores, todo se vuelve un inmenso y fusionado performance al son de gaitas y tambores.
Diversidad de personajes, disfrazados y maquillados, recorren las calles de toda la ciudad.
En los últimos años han venido surgiendo otros espacios que se toman la ciudad al rescate de las tradiciones y en busca de nuevas propuestas culturales. Es el caso de la Carnavalada que en 2020 cumple 19 años. En la primera parte de la noche, la gente se sienta a ver teatro, danza, circo y luego se prende la rumba, en un crescendo donde se comienza como espectador y se termina como protagonista, girando en torno al propio centro de gravedad, hasta que el cuerpo aguante
La Noche del Río es otra fiesta orgánica y centrífuga. Decenas de agrupaciones de diversas zonas ribereñas siguen la corriente del río Magdalena y confluyen en el Parque Cultural del Caribe, no por nada Barranquilla queda a un paso de la desembocadura del río. En la electricidad del aire se siente la fusión del Magdalena con el mar Caribe en la voluptuosa Bocas de Ceniza; el ambiente salobre es atravesado por la gaita (un instrumento de origen indígena, hecho con el tallo de un cactus) y la tambora (un instrumento afro que se hace con el corazón de la ceiba). El primero es trágico, melancólico y dulce; el segundo, épico, alegre y altisonante. El cuerpo parece la costura entre ambos. La Rueda de Cumbia en Barrio Abajo o la Noche de Tambó en la Plaza de la Paz son también como enormes performances que rescatan las más hondas raíces de la fiesta y del folclor Caribe.
Niño disfrazado de Torito en la Fiesta de Danzas y Cumbias, que se llevó a cabo en la Plaza de la Paz.
Pero por momentos pareciera que el Carnaval no necesitara de eventos ni lugares especiales. Es un solo desfile, un solo río desembocando en las calles, los barrios, las esquinas, las tiendas, los estaderos, las casas, los patios. “Quien lo vive es quien lo goza”, dice uno de los refranes de la fiesta. La ciudad se transforma en un inmenso escenario en el que cada uno es artífice y artista de su propia alegría, de su propia transformación en otro. Nadie es ajeno al prójimo, nadie es extraño a uno, ni siquiera quien porta el disfraz más excéntrico. La cumbia se escucha por todas partes como un culto vivo, sensual y melancólico a la vida y sus límites naturales, por eso invita a comprimir en esos pocos días de arrebato vital la eternidad que nos corresponde a cada uno, la indivisa divinidad de la que hablaba Borges. Y por eso se suelen cerrar las calles y acotar la corriente humana para formar recodos de felicidad y éxtasis. “Yo te amé con gran delirio, con pasión desenfrenada”, dice la famosa canción “Te olvidé”, considerada el himno del Carnaval de Barranquilla.
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Prácticamente todas las danzas típicas del Carnaval hacen alusión a esa condensación de la felicidad en los márgenes de la vida y el delirio. El Congo es uno de los disfraces más vivos por su gran turbante colmado de flores artificiales y adornado con lazos, encajes y espejos, del cual brota una cinta larga que llega casi a los talones. Es, además, uno de los más antiguos. El atuendo es propio de una danza guerrera originaria de El Congo, en África, y se dio a conocer en Colombia a través de los cabildos de los negros africanos que se celebraban en Cartagena de Indias. Apoyada en una gran representación totémica: toros, burros, tigres, el baile representa a los hombres que se preparaban para la guerra, con un gran jefe jerárquico distinguido por un turbante y una cinta más grandes y rodeado de una cuadrilla. En pleno Carnaval la guerra sigue siendo contra la muerte, contra esa terrible aguafiestas.
El Garabato es otra de las danzas populares del Carnaval de Barranquilla que encarnan esa crucial ambivalencia entre la vida y la muerte. De origen campesino, está arraigada al pueblo, al sudor y a la tierra.
De ahí que el disfraz cargue con ese “garabato”: un palo de madera que parece una caricatura de la guadaña y que sirve para el desmonte. El Garabato se enfrenta con el disfraz de una calavera, y representa efectivamente la lucha entre la vida y la muerte. El folclor sostiene que la guadaña no tiene poder en el Carnaval, y solo en esta época de gracia y exuberancia la vida vence a la muerte a punta de tambores y flauta de millo.
Casi todas las danzas y cumbiambas hablan de fusión, transgresión y resistencia. La Danza de las Farotas, por ejemplo, que nació en Talaigua, cerca de Mompox, en el vecino departamento de Bolívar, recrea la forma en que los guerreros indígenas farotos vengaron a sus mujeres violadas por los españoles disfrazándose ellos mismos de mujeres. Un adelanto y un símbolo de lo que son hoy las luchas de género y las reivindicaciones feministas.
Valeria Abuchaibe, reina del Carnaval de Barranquilla en 2018, durante el desfile Gran Parada en la Vía 40.
A propósito de toda esa historia del Carnaval, de la tradición y el legado que hierve en cada danza o disfraz, en el año 2019 comenzó a funcionar el Museo de Carnaval, que ofrece a sus visitantes una experiencia multimedia e interactiva a través de objetos, videos, música y textos relativos a la fiesta. Entre sus atractivos, destacan en el segundo piso (son tres de diverso recorrido) los vestidos de coronación de 39 reinas del Carnaval de Barranquilla que repasan su historia desde 1918 hasta el 2019.
Sin embargo, todo el mundo sabe que el Carnaval está vivito y coleando por fuera de los museos. Sabe también que el verdadero protagonista del Carnaval no es el espectáculo, es cada espíritu carnavalero que actualiza el festejo y el baile mismo de la vida, cada alma atravesada por el fuego ancestral de la fiesta. Es también cada nativo que se vuelve un extranjero asombrado de su propia idiosincrasia y cada forastero que por la magia del jolgorio se transforma en otro raizal. Por eso este año el lema y la temática principal del Carnaval de Barranquilla 2020 es “¡Para que lo viva la gente!”. Y como la gente es la protagonista, le pregunto a un parroquiano del Barrio Abajo qué es el Carnaval y me lo dice en forma de anécdota con esa familiaridad y esa espontaneidad que ostentan con tanta maestría los caribeños.
Texto por Paul Brito